martes, 25 de febrero de 2014

De la Revista Cultural Ñ

Adiós al padre de los 

Estudios Culturales


Voz crítica. Una semblanza de la obra de Stuart Hall, fallecido el pasado 10 de febrero, quien fue un agudo analista de las identidades y los medios masivos.

POR KARINA BIDASECA


Conocí la obra de Stuart Hall mucho más recientemente de lo que hoy hubiese deseado. Mirando hacia atrás, siento que mi formación inicial como socióloga sufrió esa pérdida temprana. “Pérdida” es la palabra que se reitera en cada uno de los obituarios que leo en estos días en los periódicos, en las redes sociales, en la intimidad de la tristeza que padecen mis amigos y colegas latinoamericanos. Compartiendo sus lecturas, descubrí al autor que no renunció a hablar de la raza, en sus propias reflexiones autobiográficas, en el Caribe colonizado, en una sociedad estratificada por el color de la piel.
Stuart Hall nació el 3 de febrero de 1932 en Kingston, Jamaica, en el seno de una familia de clase media. Allí pasó su juventud, y experimentó la experiencia del color. Ser negro significaba ser parte de la mayor parte de la población. Ser “de color” implicaba un “peldaño por encima del resto”, solía decir. Hall cruzó el “Atlántico Negro”, llegó al centro imperial de Gran Bretaña en 1951 y pudo mirar a Jamaica desde el otro lado. Se instaló en la universidad de Merton, Oxford, con una beca de Rhodes para estudiar literatura en inglés. El viaje a Inglaterra significó un compromiso con la política de las “Indias Occidentales”. “Llegué como estudiante anticolonial, por así decirlo, con un apasionado compromiso con la independencia de Jamaica y la lucha contra el colonialismo en general. Pero yo no sabía mucho acerca de política. Y yo no había estado profundamente comprometido en la política jamaiquina debido a mi cultura familiar(…). Mi padres, básicamente, pensaban que el fin del imperio era el final de la mundo. (...) Tuve una relación muy conflictiva con lo que yo creo es la cultura de Jamaica (...), la política jamaiquina.”.
Confesaba: “Apenas tres meses en Oxford me convencieron de que no era mi casa. No soy inglés y nunca lo seré. La vida que he vivido es de desplazamiento parcial. Vine a Inglaterra como un medio de escape , y se trataba de un fracaso”. Antes de convertirse en una de las figuras seminales de la New Left Review en los años 50, daba clases en una escuela secundaria. Una de las cosas que sucedieron fue su involucramiento en Notting Hill en el momento de los disturbios, que vivió como una especie de extensión de las políticas de la nueva izquierda.
Lawrence Grossberg, destacado discípulo, escribe en su obituario “Furia contra la muerte de una luz: Stuart Hall (1932-2014)”.
“Sabía, en lo profundo de su alma, que la cultura –el conocimiento, ideas, artes, la vida cotidiana, y todo lo que se denomina ‘lo popular’– importa.
El se ntía un extraordinario respeto por las cosas simples de la vida y por la gente, y sin embargo nunca dudó en denunciar a quienes hacían del mundo algo incluso peor o a quienes estaban más comprometidos con sus propias certezas que con las luchas contingentes. Se rehusó a pensar que las personas eran tontas e incapaces de entender sus decisiones y enfrentar sus acciones. Siempre existe la posibilidad de afectar el resultado de las luchas si se comienza donde la gente está: luchando simplemente por tener una vida más digna y cómoda. Siempre puso su fe en la gente, en las ideas y en la cultura —y comprometió su vida en construir un mundo mejor—.” Reconocido por desarrollar los Estudios Culturales, como miembro y posteriormente director del Centro de Estudios Culturales Contemporáneos de la Universidad de Birmingham, Hall presidió el centro entre 1968 y 1979. Legó el pensar contextualmente, el rechazo por cualquier postura universalista. “Por eso –explica Grossberg– conectó fuertemente con Marx y con Gramsci.
Para Stuart, esto es lo que define a los estudios culturales.” Hall es consecuente con el racismo en Gran Bretaña, y así pone de manifiesto en el análisis de Policing of the Crisis(1978), en el que analiza la política pública que criminalizaba a la población negra y que augura el Thatcherismo contra el que batalló hasta sus últimos días.
En una de sus expresiones escritas en el Manifiesto de izquierda Soundings dice: “la victoria neoliberal que reafirmó la posición de las clases dominantes no era inevitable. Ningún modelo social es permanente, y por este se luchó, desde el Golpe de Chile hasta los ataques a los derechos laborales en el Reino Unido”.
Su influencia es notable en América Latina. En un libro publicado en Chile por la Red de Estudios y Políticas Culturales coordinada por Alejandro Grimson, titulado En torno a los Estudios Culturales (ARCIS/CLACSO), sus autores coinciden en rescatar el legado de Hall. Para Grimson y Caggiano, “sus producciones continúan siendo la inspiración para trabajos que reavivan los aspectos constitutivos de Birmingham”, aún más –explican– si pensamos en autores latinoamericanos como Jesús Martín Barbero y Néstor García Canclini. En los textos de este grupo de académicos se ubica la obra del propio Hall como “un puente entre los Estudios Culturales y otras configuraciones del pensamiento crítico contemporáneo”, y se rescatan sus concepciones sobre la identidad como posicionamiento; su experiencia colonial particularmente caribeña, por medio de la cual los regímenes coloniales permearon nuestra mirada sobre nosotros mismos como Otros –señala Mareia Quintero Rivera–.
O bien, el aprecio de Nelly Richard sobre su capacidad de mantener el diálogo crítico con el marxismo “desde lo que el marxismo excluyó (lo simbólico y lo cultural; el lenguaje,el discurso, el inconsciente, la subjetividad), lo que le significó reconocer la importancia del feminismo y sus perspectivas de género como un eje de deconstrucción de las identidades sexuales”.
De hecho, en uno de los libros más importantes en el que encontramos traducidos sus trabajos, Sin garantías , Hall señala dos momentos históricos que interrumpieron la historia de la formación de los estudios culturales: el feminismo y la cuestión de la raza.
“Para los estudios culturales (…), la intervención del feminismo fue específica y decisiva. Fue un rompimiento. Reorganizó el campo en formas concretas. Primero, la apertura de la cuestión de lo personal como político y sus consecuencias para cambiar el objeto de estudio en los estudios culturales fue completamente revolucionaria de forma práctica y teórica. Segundo, la expansión radical de la noción de poder, que hasta el momento había sido desarrollada dentro del marco de la noción de lo público (…); tercero, la centralidad de las nociones de género y sexualidad para entender el poder mismo; cuarto, la apertura de muchas preguntas que habíamos eliminado en torno a las áreas peligrosas de lo subjetivo y el sujeto (…); quinto, la “re-apertura” de la frontera cerrada entre teoría social y teoría del inconsciente-psicoanálisis”.
En este camino crítico, me identifiqué con el pensamiento de Hall o con lo que él llamó “la política del trabajo intelectual”, puesta en el centro de los Estudios Culturales. Como señala Eduardo Restrepo (2010), “lo más inspirador de Birmingham se encuentra en el trabajo de Stuart Hall. (...) Especialmente, “sus planteamientos sobre la teoría como un “forcejeo con los ángeles”. Esta metáfora es una de las grandes definiciones de Hall.
Cuando afirma: “La única teoría que vale la pena tener es aquella que usted tiene que luchar para rechazar, no aquella que tiene una fluidez profunda. Quiero decir algo, más tarde, acerca de la fluidez teórica sorprendente de los estudios culturales.
Pero mi propia experiencia de la teoría —y el marxismo es ciertamente un caso en ese punto— es de forcejeo con los ángeles —una metáfora que usted puede tomar tan literalmente como quiera”.
“Su legado vivirá para siempre”, y resuena en la voz de un joven desde cualquier lugar del planeta.

viernes, 14 de febrero de 2014

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