miércoles, 10 de marzo de 2010

¿Qué se recordará, qué se rescatará?


La atrofia de la memoria

El pendrive infinito
CRITICA DE LA ARGENTINA
9-3-2010


Primero fueron 250 MB, después 512 MB, 1, 2, 4, 8, 16, 32, 64, 128 y hasta 256 GB y así... Desde su creación en 1995, la capacidad de los pendrives no para de crecer, como si estuviera escrito que nunca se detendría, que no pararía de ampliarse hasta al mismísimo final: hasta llegar no al Big Crunch que presumen algunos –pocos– físicos, sino al pendrive infinito en el que absolutamente todo –recuerdos de completamente todos los habitantes del planeta, todas las películas hasta ahora filmadas, todos los libros escritos– cabría en el interior mismo de un artefacto que se expande como lo hizo el universo milisegundos después del Big Bang.La idea es explosiva: pensar que ahí, en el bolsillo del pantalón, en el fondo oscuro de la mochila que se bambolea al ritmo de tus pasos, en algún rincón de la cartera o en el lugar elegido para llevarlo de casa al trabajo, hay un minicosmos podría encender aún más los delirios de deidad y arranques megalómanos de ciertas personas. Pero todo indica que hacia allá vamos. Que en estos rectángulos mínimos confluyen y confluirá aquello que no se desea ni se puede olvidar. No importa mucho que se llamen Kingston o SanDisk, los pendrives o memorias USB crecen a un ritmo desenfrenado contagiando a todos la gula del bibliotecario: aquella pretensión de hacer entrar ordenadamente en un espacio físico reducido –una biblioteca, por ejemplo– una infinidad de objetos mínimos y discretos.Aunque mientras eso ocurre, una transformación íntima y subjetiva toma cauce pese a que nadie la mencione o advierta en los noticieros, en aquellos programas televisivos que exaltan la estupidez. Alguna vez alguien dijo –no importa quién, no importa cuándo– que cuando un órgano no se utiliza al máximo, se atrofia. Si uno es diestro, obviamente, el brazo izquierdo será el débil. Si se vive toda una vida en una habitación oscura, los ojos tenderán a ser como los de los topos. Si se trabaja en el subte, el destino indefectible será la sordera.Las repercusiones orgánicas de los pendrives y demás tecnologías nemóticas –la cuenta también de capacidad infinita del mail, las agendas, los calendarios electrónicos– se sienten en aquella facultad tantas veces subvaluada: la memoria. Y la dañan, la minimizan. ¿Para qué memorizar un número de teléfono si se lo puede hallar en la agenda del celular? ¿Para qué acordarse de una fecha de cumpleaños si Facebook te lo recuerda con días de antelación?
En fin, ¿para qué recordar? He ahí la verdadera pregunta existencial que ya se palpita y que cobrará verdadera fuerza en un futuro no tan lejano, repleto de individuos atemporales que viven el futuro antes que el presente, y al hacerlo, olvidan el pasado.

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